La Democracia Cristiana cree fervientemente en el carácter laico del estado y se ve a sí misma como una opción más dentro de la pluralidad política democrática.
Pero ello no es óbice a que proponga de manera explícita un conjunto de valores de raigambre religiosa y reconozca el aporte del cristianismo a la democracia.
Sería, como dijera el gran estadista panameño, Ricardo Arias Calderón (1933- 2017), "la necesidad de consolidar la democracia, liberándola de sus fallas", en clara referencia al carácter antirreligioso originario de esta en algunos países o al descuido hacia los más pobres en otros. Para el Dr. Arias Calderón, la democracia había surgido como un "grito de libertades, pero muchas veces envuelta en injusticias" (Cien Preguntas a Ricardo Arias Calderón). Recordaba que, a principios del siglo XX, la democracia comenzaría a ser puesta en peligro por corrientes que reclamaban justicia, pero sacrificando libertades. Ante esos peligros había que corregir los problemas endógenos de la democracia, promoviendo los valores cristianos en la vida pública y reorientando el sistema económico, humanizándolo, contando más con la solidaridad y la cooperación entre las personas.
Tal y como ocurrieron los acontecimientos mundiales, los valores cristianos fueron el muro de defensa de la democracia ante la expansión de ideologías totalitarias en diversos países o el motor de la reconstrucción democrática en aquellos donde estas habían arrasado.
Uno de los problemas que hoy tiene Occidente, y que está en el centro de lo que se interpreta como su decadencia cultural, es precisamente que muchas agendas políticas quieren obviar la existencia de estos valores.
El político demócrata cristiano Robert Schuman (1886-1963), ministro de Asuntos Exteriores francés (1948 y 1952) y considerado uno de los padres fundadores de la Unión Europea, dijo en uno de sus escritos: “La democracia, tal como la conocemos en la actualidad, que reconoce la igualdad de los derechos de todas las personas humanas, sin distinción ni excepción, se debe al cristianismo”. “La democracia será cristiana o no será. Una democracia anticristiana será una caricatura que naufragará en la tiranía o en la anarquía”.
El filósofo católico francés Jacques Maritain lo explica de esta manera: “…es constatar que la democracia está ligada al cristianismo y que el empuje democrático surgió en la historia humana como una manifestación temporal de la inspiración evangélica. No es sobre el cristianismo como credo religioso y camino hacia la vida eterna la cuestión que aquí se plantea, sino sobre el cristianismo como fermento de la vida social y política de los pueblos y como portador de la esperanza temporal de los hombres; no es sobre el cristianismo mismo como tesoro de la verdad divina mantenido y propagado por la Iglesia, es sobre el cristianismo como energía histórica accionando en el mundo. No es en las alturas de la teología, sino en las profundidades de la conciencia profana y de la existencia profana…”
Por ello, no es un contrasentido que el sacerdote cubano, Félix Varela, que apasionadamente defendió y explicó en 1820 la Constitución de Cádiz desde un salón del Seminario San Carlos (La Habana), repleto de jóvenes ávidos de conocer sobre los principios políticos liberales, dedicara, también, parte destacada de sus escritos a señalar a la impiedad -junto a la superstición y el fanatismo- como un grave problema político-social cubano.
En su discurso inaugural de las clases sobre la Constitución expresó: "yo llamaría a esta cátedra, la cátedra de la libertad, de los derechos del hombre, de las garantías nacionales, de la regeneración de la ilustre España, la fuente de las virtudes cívicas, la base del gran edificio de nuestra felicidad, la que por primera vez ha conciliado entre nosotros las leyes con la Filosofía, que es decir, las ha hecho leyes; la que contiene al fanático y déspota, estableciendo y conservando la Religión Santa y el sabio Gobierno;"
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