KISSINGER; in Memoriam

KISSINGER; in Memoriam

4 months 3 weeks ago
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La muerte de un Kissinger, ya centenario, hace apenas unas horas ha provocado una oleada de apreciaciones que van de la alabanza desatada a las críticas más aceradas. La realidad es que la figura de Kissinger fue demasiado poliédrica como para acabar analizada desde una perspectiva parcial.
Heinz Alfred Kissinger nació el 27 de mayo de 1923 en Fürth, Baviera, Alemania en el seno de una familia judía. En 1938, a los cinco años del acceso de Hitler al poder, la familia Kissinger abandonó Alemania llegando a Nueva York tras un breve paso por Londres. De manera bien reveladora, Kissinger se integró en la sociedad americana, pero, por ejemplo, jamás perdió su acento alemán.

En 1943, Kissinger fue reclutado en el ejército americano, sumido de pleno en la Segunda guerra mundial, adquiriendo entonces la nacionalidad estadounidense. De manera bien reveladora y gracias a otro judío de origen alemán, Kissinger evitó las posiciones de combate siendo utilizado en tareas de administración e inteligencia. También de manera reveladora, aunque su grado era el de simple soldado raso, Kissinger fue colocado al frente del gobierno de la ciudad de Krefeld. Encargado de perseguir a antiguos miembros de la Gestapo, Kissinger recibió en 1945 la estrella de bronce al mismo tiempo que se convertía en comandante de una unidad en Hesse.

En 1946, Kissinger enseñaba en la Escuela del mando de inteligencia para Europa situada en Campo David, una tarea que siguió desempeñando incluso después de ser desmovilizado.

En 1954, obtuvo su doctorado en filosofía en Harvard con una tesis en la que definía la legitimidad política como algo que no debía confundirse con la justicia sino que obedecía sólo al acuerdo al que hubieran podido llegar distintos países. Así los acuerdos alcanzados por las potencias absolutistas europeas en el congreso de Viena de 1815 eran legítimos no porque fueran justos sino porque derivaban de un consenso entre ellas aunque ese consenso incluyera el reparto de Polonia. Esta visión sería mantenida por Kissinger hasta el final de sus días y resulta llamativo que no haya sido mencionada en los obituarios porque define y modela lo que fue su actividad política de décadas.

Tras intentar entrar en el FBI, Kissinger permaneció en la universidad de Harvard como miembro del departamento de gobierno y director del seminario internacional de Harvard entre 1951 y 1971. Durante 1955 y 1956, fue director de estudios sobre armas nucleares y política internacional en el Consejo de relaciones exteriores. En esa época, se definió como defensor del uso habitual de armas nucleares tácticas para ganar guerras.

De 1956 a 1958, Kissinger entabló y mantuvo una estrecha relación con la familia Rockefeller de cuyo Proyecto de estudios especiales se convirtió en director a la vez que desarrollaba labores de asesoramiento en distintas agencias gubernamentales como el Departamento de estado o la RAND corporation. Esta última institución no es muy conocida por el gran público, pero resulta esencial para comprender la marcha de la política exterior de Estados Unidos. Por ejemplo, cualquier análisis sobre la guerra de Ucrania que no haya contado con el examen de los documentos de RAND al respecto está condenado a ser erróneo e incluso a serlo en grado sumo.

En 1960, 1964 y 1968, Kissinger fue el asesor en política internacional de Nelson Rockefeller que buscaba ser nominado para las elecciones presidenciales por el partido republicano. En 1968, precisamente, Kissinger llegó a definir a Nixon como el más peligroso de todos los hombres para ser presidente. Sin embargo, al conseguir Nixon la nominación, Kissinger se puso en contacto con él y logró que en enero de 1969 lo nombrara asesor en seguridad nacional. El 22 de septiembre de 1973, Henry Kissinger juró el cargo como secretario de estado de los Estados Unidos. Desempeñaría ese cargo bajo la presidencia de Nixon y la de su sucesor Gerald Ford.

No es fácil saber qué parte de la denominada política de distensión desarrollada durante la administración Nixon se debió a éste o a Kissinger. De hecho, Nixon insistió en conservar las grabaciones de la época para que Kissinger no pudiera atribuirse los méritos de lo conseguido entonces. Sea como fuere, la política de la distensión captó la imposibilidad para Estados Unidos de imponerse sobre la Unión soviética y China a la vez y la necesidad de separar a ambas potencias. En ese sentido, fue posiblemente el paso diplomático más inteligente llevado a cabo en el siglo XX por la Casa Blanca, paso diplomático anulado totalmente en el siglo XXI especialmente bajo la presidencia de Biden.

En 1972, Kissinger fue entrevistado por Oriana Fallaci comparándose con un cowboy, señalando la necesidad de salir de Vietnam y atribuyéndose en solitario la política exterior americana. La entrevista enfureció a Nixon que estuvo semanas sin hablarle y que pensó entonces en despedirlo.

En 1973, Kissinger fue galardonado con el premio Nobel de la paz junto a Le Duc Tho por el alto el fuego de Vietnam. Kissinger se mostró reticente hacia el premio ya que donó el dinero a beneficencia, no asistió a la ceremonia de entrega y más tarde se ofreció a devolverlo.

Al año siguiente, Kissinger elaboró el informe que lleva su nombre y que señalaba cómo el máximo peligro para Estados Unidos era el crecimiento de la población mundial. El informe era un claro diseño derivado de la Agenda globalista, pero utilizando al gobierno de los Estados Unidos como nación ejecutora e incluía entre otras medidas la reducción drástica de la población mundial mediante medidas como la generalización del aborto. Nixon rechazó el informe para caer apenas unos meses después.

No menos controvertida que el citado informe fue la negativa de Kissinger de detener lo que los propios diplomáticos americanos como Archer Blood destacados en Pakistán denominaron el genocidio de Bangladesh.

De manera semejante, Kissinger – que vio la OTAN como una alianza que decaía – intentó vincular la permanencia de esta alianza con medidas económicas de presión sobre las naciones del Mercado común europeo, la actual Unión Europea.

En esa misma época, quedó de manifiesto que Kissinger no sentía ninguna simpatía hacia los judíos soviéticos y en 1973 comunicó a Golda Meir: “la emigración de los judíos de la Unión soviética no es un objetivo de la política exterior americana y si meten a los judíos en cámaras de gas en la Unión soviética no es algo de que lo que América tenga que preocuparse. Quizá sea una preocupación humanitaria”. Kissinger incluso denominó a los judíos soviéticos como “bastardos que se sirven a si mismos” y señaló que “cualquier pueblo que ha sido perseguido durante dos mil años tiene que estar haciendo algo mal”.

Cuando en 1973, estalló en Oriente Medio la guerra de Yom Kippur, Kissinger retrasó informar al presidente Nixon lo que fue interpretado como intentaba evitar que el presidente dictara las líneas maestras que había que seguir en relación con el conflicto. El envío de armas a Israel provocó una reacción de Arabia Saudí recurriendo al petróleo lo que provocó una crisis económica.

La intención de Nixon fue la de obligar a Israel a cumplir con la legalidad internacional y de acuerdo con la resolución 242 de Naciones Unidas devolver los territorios ocupados desde 1967. Sin embargo, a pesar del alto el fuego entre los contendientes, no lo consiguió.

También por esa época, Kissinger desarrolló una política de iniciar guerras por intermediarios en Oriente próximo y así armó a Irán para dañar al gobierno de Iraq.

Junto con los éxitos – se debieran a él o a Nixon – y los innegables fracasos, vinieron las situaciones controvertidas. Kissinger, por ejemplo, cosechó un fracaso considerable con ocasión de la invasión por Turquía de Chipre.

Más controvertida si cabe fue la política seguida por Kissinger en relación con Hispanoamérica. En relación con Cuba, Kissinger adoptó ya la política que seguirían las distintas administraciones hasta la actualidad y sin excepción de no derrocar la dictadura castrista. Sin embargo, fue más allá que otras administraciones al plantear además la posibilidad de recuperar unas relaciones plenas, una meta que no logró al condicionarla a la retirada de tropas cubanas de Angola.

Kissinger tuvo también un papel destacado en la articulación del golpe de estado de 1973 en Chile, un golpe que fue previamente preparado mediante la articulación de medidas económicas dirigidas contra la economía chilena que ayudaron a radicalizar a la población y a preparar el camino hacia una salida violenta.

De manera semejante, Kissinger otorgó “luz verde” a la junta militar argentina que llegó al poder tras dar un golpe en 1976 para llevar a cabo una durísima represión que tuvo como imagen más visible el caso de los desaparecidos.

No menos controvertido fue el apoyo de Kissinger a las políticas racistas de Rodhesia y Suráfrica así como el mantenimiento del imperio portugués en Angola y Mozambique. También en África, Kissinger respaldó la invasión del Sáhara español por Marruecos que se mantiene hasta la actualidad.

Ha sido objeto de controversia y estudio pormenorizado si Kissinger estuvo detrás de las muertes del jefe de gobierno español almirante Carrero Blanco y del presidente italiano Aldo Moro. En ambos casos, el asesinato formal fue llevado a cabo por ETA y por las Brigadas rojas respectivamente, pero se ha señalado a que ambas operaciones fueron dirigidas por los servicios americanos y que detrás de ellas se encontraba una decisión personal de Kissinger que, por ejemplo, mantuvo una tensa entrevista con Carrero Blanco el día antes de su asesinato y que, según la esposa de Aldo Moro, amenazó a este político italiano con que perdería la vida si proseguía su política de apertura a sinistra que permitiría entrar al PCI en un gobierno de coalición.

Tras la llegada a la presidencia de Jimmy Carter, Kissinger continuó en los altos círculos del poder al formar parte de otro de los grandes proyectos globalistas, la Comisión Trilateral, que determinó la acción de los gobiernos de Carter de manera decisiva.

En 1977, se le ofreció una cátedra en Columbia que tuvo que rechazar por la oposición de los estudiantes aceptando a cambio otra en la universidad jesuita de Georgetown.

En 1982, con el respaldo de la banca Warburg, de origen judío y alemán como él, Kissinger fundó una consultoría llamada Kissinger asociados a la que entraba en el grupo de directores de Hollinger International, un grupo mediático con base en Chicago.

En 1989, se desveló que Kissinger tenía un papel extraordinario en las relaciones económicas con China interviniendo en negocios que habían reportado millones de dólares.

A finales de siglo, Kissinger sirvió también de asesor para gobiernos como el de Indonesia o Azerbaijan.

En 2002, fue nombrado por el presidente Bush para presidir la Comisión nacional de ataques terroristas contra Estados Unidos que debía investigar los ataques del 11-S. Kissinger se vio obligado a dimitir en diciembre de ese mismo año al descubrirse que su lista de clientes podría implicar conflictos de intereses.

Poco antes de fallecer, Kissinger se manifestó negativamente ante la inmigración islámica que había recibido Europa occidental y, en especial, Alemania.

A lo largo de su vida, Kissinger fue objeto de acciones legales por violaciones de derechos humanos en las que, presuntamente, había tenido parte. Los bombardeos sobre Camboya durante la guerra de Vietnam, la implicación en el golpe militar en Chile en 1973, la “luz verde” dada a la Junta militar argentina durante la guerra sucia, el apoyo al genocidio de Bangla desh entre otras acciones provocaron que en septiembre de 2001 parientes y supervivientes del general Rene Schneider iniciaran acciones civiles contra él en Washington y que Peter Tatchell presentara en 2002 una acción similar ante el Tribunal supremo de Londres. Las acciones legales sólo tuvieron como resultado limitar la libertad de viaje de Kissinger a algunos países.

A fin de cuentas, la figura de Kissinger es, sin duda, una de las más controvertidas de la Historia contemporánea no sólo de Estados Unidos sino universal. La propaganda lo vinculó siempre a logros como separar a China de la Unión soviética, los acuerdos de paz de Vietnam o el final de la guerra de Yom Kippur. Sus detractores se han referido a él, por el contrario, como un perpetrador de crímenes contra la Humanidad que otorgó apoyo a horribles dictaduras hispanoamericanas y al apartheid, a las acciones terribles sobre Camboya y al apoyo al genocidio de Bangla Desh, más recientemente, a la justificación de bombardeos como los que arrasaron la antigua Yugoslavia a la vez que la descuartizaban como nación.

Hay parte de verdad en ambos enfoques. Sin embargo, en los dos casos, pasan, penosamente, por alto los dos ejes fundamentales de la visión política de Kissinger. El primero fue su concepto de la legitimidad en la acción internacional. La legitimidad no derivaba, para Kissinger, del respeto a la legalidad internacional, de la defensa de los derechos humanos ni mucho menos de la justicia sino de los acuerdos establecidos entre varias naciones. Que esos acuerdos puedan incluir el desmembramiento de una nación, el apoyo a la represión o incluso el genocidio carece de importancia alguna.

El segundo eje es la visión globalista que, en realidad, convierte a los Estados Unidos en un mero instrumento de una élite que el propio David Rockefeller, tan cercano a Kissinger, definió en sus Memorias como “una cábala secreta”. Para Kissinger, Estados Unidos no era tanto la nación a la que servía como el instrumento del que se valía una pequeña élite llamada a convertir el mundo en una sola estructura política, social y económica como también definió David Rockefeller. En ese mundo no cabe esperar ni justicia ni respeto por los derechos humanos, pero sí la imposición de un gobierno globalista que asigne a cada nación su papel y que decida – como decidió hace tiempos – que miles de millones de seres humanos sobran sobre la superficie de este planeta. Sin duda, habría merecido la pena ver el rostro de Henry Kissinger al llegar al otro lado y ver lo que Dios opina de todo eso.
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