TRAIDOR ¿HÉROE O VILLANO?

TRAIDOR ¿HÉROE O VILLANO?

2 years 8 months ago - 2 years 8 months ago
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DemocraciaParticipativa.net ofrece en este FORO una palestra pública en la que también damos voz a quienes no tienen voz, como una obligación de respaldo y divulgación a los amantes de la democracia que aspiran a poder expresar su protesta y denunciar la política abusadora de su gobierno. Denuncias como esta que sigue no pueden publicarse en Cuba ni ser objeto de debate público sin que el gobierno reaccione con medidas de represión."
TRAIDOR ¿HÉROE O VILLANO?

Ni siquiera Maquiavelo, cuyo código moral, cuando del poder se trata, goza de la máxima laxitud, soportó al traidor con una admonición de esencia irredenta: "la traición es el único acto del hombre que no se justifica”. Ya sabemos que justificaba cualquier medio con tal de alcanzar un fin. Pero cuando de la traición se trata parece como si la historia comenzara con el más conocido de los integrantes de semejante grupo étnico-moral. Judas, el traidor ni más ni menos que a Jesucristo. Y a partir de entonces la literatura sobre el traidor es tan abundante como, tal vez, imprecisa en cuanto a los perfiles conceptuales del lamentable atributo.

 ¿Qué es o quién es un traidor? ¿Acaso no está la vida humana repleta de supuestos —o reales— traidores que cambiaron la historia? Traidores ¿a qué? ¿A un persona, a un proyecto, a un ideal? ¿Traidores traicionados? ¿Traidores a sí mismos?  La tipología y las preguntas son extensas en cantidad y profundas en calidad. Centremos ahora el debate sobre la categoría en un marco más o menos concreto: los regímenes totalitarios y hagámoslos porque el telón de fondo de nuestra disquisición tiene nombre y apellido: Isla de Cuba, en donde acaso nadie se atreva a cuestionar que ha operado — ¿sigue operando?— un régimen totalitario.

 Pensemos: el factor humano es decisivo en la conformación y mantenimiento de un régimen de semejante característica. Guste o disguste, sea por ósmosis o por percusión, al final a la autoridad de la fuerza se le acaba uniendo algo, un trozo, un pedazo si se quiere de la “auctoritas”  romana. Pero, claro, si falta, si desaparece quien poseía el casi providencial atributo, algo muy profundo comienza a cambiar, porque las instituciones creadas a su amparo comienzan a fraccionarse y la elites sociales empiezan a percibir esa sensación de inseguridad que nubla su actuar inmediato. Ante la carencia de la “auctoritas” siempre se produce lo mismo: la intensificación de la autoridad de la fuerza, esto es, de las prácticas sobre las que se soportó el modelo totalitario. Pero, claro, carente de esa especial “legitimidad” – entre comillas, sin duda— nada es igual, la sensación de endeblez se percibe a todos los niveles, no solo por las elites sino, incluso, por la masa, lo que se traduce en conflictos sociales inevitables que en ocasiones, lamentablemente, generan violencia, porque a la debilidad le suele acompañar el exceso en el uso del poder.

 ¿Qué debe hace entonces el intelectual que de verdad lo sea y el que todavía ejerce ese poder remanente en trance de cierta descomposición. Pues primero pensar, reflexionar, analizar, comprender y definir por dónde camina el futuro construido con los ladrillos del presente y si ese futuro es el deseable para la nación y si no lo es, si se vislumbra más la tragedia colectiva que la paz y bienestar social, debe elegir opciones, definir alianzas y diseñar cada trozo del presente real entendiendo que es la base en la que se gestará el estado futuro. Deberá darse cuenta y percibir que nacerá una conciencia de clase de nuevo corte, nuevas ideas sobre el poder que cuestionen el que se considera caducado, pero cuya caducidad no deriva únicamente de sí mismo sino de su inadaptabilidad, su ineficacia para construir un futuro de paz y prosperidad posibles.

 Pero, ¿qué sucede con los herederos del poder en trámite de descomposición? Nacieron al poder arropados por unos ideales —los entonces vigentes— a los que prestaron fidelidad. ¿Y ahora qué sucede? El dilema es claro: ¿deben seguir ejerciendo esos idearles cuando la vida les muestra su incapacidad real para el deseable futuro de la nación? ¿Deben seguir siendo fieles a una idea que no solo no trae felicidad sino que genera desesperanza? ¿Acaso cabe la fidelidad al gestor de desgracias por el mero hecho de haberlo sido en el pasado?

 ¿Qué significa al día de hoy ser leal a las viejas aspiraciones del Partido Comunista de Cuba? Hay que tener ideas claras: la lealtad no se predica de una organización política, ni siquiera de sus dirigentes, sino de los ideales que esa organización y esos dirigentes encarnan en tanto en cuanto que existe la convicción moral de que son los adecuados para la nación. Y en ese caso deben coexistir dos factores: el ideal como lo mejor y el medio o instrumento de implantarlo socialmente. Si se ha llegado a la convicción intima por quien hereda el poder de que esos ideales ya no representan lo mejor para la nación y de que ya n se dispone de la “auctoritas” imprescindible, no se pude ser leal con ellos porque eso implica la peor de todas las deslealtades: la deslealtad para con uno mismo, que se traduce en deslealtad para con la nación a la que debe servir. Así conectamos deslealtad con traición porque el traidor es ante todo un ser desleal.

 ¿A qué debe lealtad un gobernante? A su nación y ello se traduce en entregarse a la consecución de los medios necesarios para alcanzar los fines deseados. No debe lealtad a ideales que por potente que fuera su fuerza pasada han perdido la eficacia de alcanzar  el fin para el que ese concibieron: la felicidad de la nación. Quien consciente de ello mantiene una fidelidad formal a lo inservible a costa de renunciar a conseguir lo factible para mejorar su nación, en un proyecto que, por ser nacional, debe ser de todos y no propiedad de los herederos de un poder de antaño, quien así se comporta es un traidor, pero no a los viejos ideales, sino a las nuevas aspiraciones de su nación. Se cubrirá con el manto de la fidelidad formal al pasado pero no evitará que la sustancia de su conducta sea traición al futuro nacional.

 Y es que, seamos claros, es más fácil seguir instalados en la cómoda y farisaica actitud de una fidelidad formal a lo caduco e inservible, que entregarse al cometido real para el que todo gobernante fue concebido: la nación. Admitamos que no es fácil liberarse de esa carga de falsa fidelidad. Son muchos los factores que confluyen, lo entendemos bien. Pero advertimos alto y claro: quien por alimentarse de la fidelidad a unas ideas que la realidad ha convertido en caducas, se niega a participar en  el proyecto colectivo que la nación reclama, será, sin la menor duda, un traidor a sí mismo y a la nación.

CONSEJO PARA LA TRANSICIÓN DEMOCRÁTICA EN CUBA
LA HABANA, 13 DE AGOSTO DE 2021
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